Tenía los ojos grandes y alegres,
como solo un niño de 4 años puede tener. El pelo oscuro, revuelto; y la cara
morena, anunciando su procedencia extranjera. Traía el cuento bajo el brazo,
dispuesto a mostrármelo. Sonreí cuando, al verle más de cerca, descubrí su
enorme chichón en la frente. Estaba claro, me encontraba delante de un “bichillo”
inquieto.
-¡Pero bueno! ¿Qué te ha pasado
ahí? – le pregunté señalándole el bulto - ¿Te has caído?
-Papá- dijo.
No entendí. Más bien, no quería
entender.
-¿Te has caído con la bici? –
pregunté de nuevo torpemente, queriendo encontrar una respuesta lógica a aquel
moratón.
Él me miró, y sin perder la
sonrisa en su boca, volvió a decir:
-Papá.
Le di un beso y abrimos el cuento, mientras una especie de ahogo se instalaba en mi pecho. Lloré por dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario